jueves, 7 de febrero de 2013

Sexo de salón

Que sí, que los he buscado y no he visto ni uno. Para mí que lo de los follamigos es una leyenda urbana, al menos, entre las de mi generación. O no, no sé, porque según Lorena la que tiene el problema soy yo, que me empeño en llevarlo todo al terreno de lo emocional. Bueno, eso dice ella, porque yo no creo que buscar un simple polvo sea nada emocional. Sobre todo ahora que no busco enamorarme. Ni apasionarme. Ni nada que no sea excitarme y pasar un buen rato con alguien que me saque de este jodido bucle de lo cotidiano.

- Prueba otra cosa.
- ¿Como qué, Jorge?
Y Jorge se calla, porque es más cómodo el consejo genérico que el consejo práctico, dónde va a parar.
- ¿Alguien del pasado?
- Me da pereza.
- Es factible.
- Es insensato.
- Depende.
- ¿De qué?
- De quién escojas. A mí, a veces, hasta me da buen resultado.

Pero eso no me sirve. No me sirve porque Jorge ha terminado siendo amigo del 90% de sus ex, algo que -en mi caso- se reduce al porcentaje contrario. Ni he tenido tantas relaciones -o Leo apareció demasiado pronto o yo me casé demasiado rápido- ni las he terminado tan civilizadamente. 

- Pues prueba con alguien que hayas conocido en estos años. Alguno con el que no pasara nada pero sí que pudiera haber pasado.
- No hay tantos.
- Venga ya... Siempre los hay. Y en tu trabajo, más.

En mi trabajo, la verdad, hay más mitos -como el de los follamigos- que realidades tangibles. Porque entre los cantantes gays que vendemos como si no lo fueran, las cantantes mimadas que vendemos como si fueran las artistas que no son y algún que otro productor y agente tan hetero como cutre y rijoso no ha habido demasiado donde elegir. Claro que he conocido hombres que merecían la pena, pero o ya estaban con alguien o, si no lo estaban, no se interesaban lo más mínimo en mí.

- Piensa un poco, Gaby.
- Estoy harta de pensar tanto... Ni siquiera para echar un polvo me libro de pensar, joder.
Porque podría ser algo casual. O hasta podría repetirse un error como el del otro día con mi aspirante a estrella... Pero no es lo habitual. Lo habitual es que no me mire ni dios. Y que yo me muera por sentirme mirada. Mierda. Y deseada.
- Busca en tu agenda. En el móvil todos tenemos muchos más números de los que usamos... Seguro que hay alguno que te venga bien precisamente ahora.

Y por eso lo he hecho. Por eso he pulsado sobre el nombre de Armando, porque estaba en la A y porque he recordado que, sin ser nada del otro mundo, sí que lo pasamos bien aquel festival de tecno donde nos tocó tragarnos una música que ambos odiamos y que, sin embargo, dejó unos abultados beneficios en nuestras respectivas empresas.

Podía haberle llamado (qué pereza: odio eso de "¿qué tal todo?" con un "todo" que nunca sé a qué se refiere), podía haberle escrito un e-mail (qué coñazo: como si no tuviera bastante con los que mando en mi trabajo) o podía mandarle un simple whatsapp y tantear el terreno. Teniendo en cuenta mi necesidad de minimizar esfuerzos y maximizar logros he optado, lógicamente, por lo tercero.

"Te acuerdas de mí?"
Seguro que no, pero supongo que habrá hecho memoria -o habrá buscado mi nombre en su Facebook- mientras se pensaba qué contestar.
"Claro :-)"
"Todo bien?"
Mi "todo" no se refería a nada, pero era lo más fácil. No sé, no se me ocurre nunca qué decir en casos como este.
"Sí. Y tú? ;-)"
Sus emoticonos iban subiendo de tono (de la sonrisa al guiño), así que he cruzado los dedos confiando en que fuera rápido interpretando las señales (nada sutiles, por otro lado: mujer con la que hubo tonteo hace unos meses te manda un mensaje que no viene a cuento un día que no te lo esperas en absoluto...) y deseando que no me tocara a mí dar el siguiente paso.
"Sí. Lo normal"
La frase no ha sido seductora. Ni siquiera sugerente. Pero no me ha salido otra cosa. Estaba en el trabajo, cerrando una gira y escribiéndole un mail a Leo para que recogiese él a Adri cuando saliera de su entrenamiento (los miércoles lo llevamos a una sesión intensiva de judo para ver si se desfoga allí y se comunica con alguien, aunque sea a golpes).
"Y qué querías? ;-)"
Un polvo. Sí, eso quería. Yo quería un polvo.
"No sé... Qué me propones?"
Odio hacerme la tonta, pero he aprendido que ellos prefieren que finjamos serlo. Todos dicen que no, pero -como casi todo lo que dicen- mienten.
"Se me ocurre una idea... Te la cuento en mi casa? :-) ;-) :-)"
No sé qué me ha parecido menos sutil, si el sintagma "en mi casa" o el emoticono triple, pero como no buscaba sutileza -más bien, lo contrario- le he dicho que sí.

No hemos hablado gran cosa. Me he limitado a entrar, a quitarme el abrigo, a pedirle una copa y, tan pronto como me la ha dado, le he dejado que arriesgara acercando su mano a mi cintura. Mientras lo hacía he pensado, durante un segundo, que Armando no era ni tan atractivo, ni tan especial, ni siquiera tan alto como lo recordaba. Pero ese segundo se ha desvanecido en cuanto he sentido sus labios en mi cuello. Me ha gustado que comenzara allí, con una voracidad calculada, con sus manos agarrando con fuerza mi cintura, con su sexo apretándose contra mi cuerpo y exigiendo una desnudez que ha sido casi inmediata. Me ha excitado ir dejando la ropa con torpeza por el pasillo de su casa, sumar el morbo y la urgencia del sexo inmediato con la comicidad -sus pantalones por los tobillos, mis botones obstinados en no dejarse desabrochar- de la improvisación. Ni siquiera hemos sido capaces de llegar a su cama, nos hemos conformado con caer como dos adolescentes en el sofá, en medio del salón, quizá porque el dormitorio quedaba demasiado lejos o porque los dos estábamos demasiado excitados como para prolongar el recorrido. Y mientras recorría cada centímetro de mi piel, no he tenido tiempo de volver a pensar si Armando era o no como yo lo recordaba, porque empujaba con fuerza, sin darme más opción que la de agarrarme a su cuerpo para seguir el ritmo endiablado de sus manos, de sus piernas -mucho mejor torneadas y fuertes de lo que imaginé-, de un cuerpo que disfrutaba coordinando -con tosquedad y eficacia- nuestra coreografía. Había algo de brutalidad controlada en sus gestos, hasta en las palabras -fuertes, sucias, necesarias- que ha deslizado en mis oídos mientras me penetraba con más furia que pasión. Yo no buscaba lo segundo, así que he disfrutado salvajemente de lo primero. Quizá porque no buscaba nada más. O quizá porque justo eso es lo que llevo años buscando sin saberlo.

No sé si voy a volver a verlo o no aunque, lo confieso, ahora mismo me encantaría poder hacerlo. Incluso puede que esta noche invite a Leo a una ración de sexo con la que, sin saberlo, me ayudará a apagar la ansiedad -¿deseo?- que me provoca el recuerdo del cuerpo de Armando sobre el mío.

Yo, por si acaso, ya lo he anotado en una nueva lista recién creada dentro de mi agenda. La lista se llama follamigos y, hasta la fecha, Armando es su único -y más destacado- miembro.

2 comentarios:

Willagar dijo...

Querida Gaby:
Otra vez por aquí en un respiro que me tomo entre tanto papeleo y correcciones varias. Veo que sigues con tu blog. Me alegro. Me alegro de ver que no te rindes y de poder comprobar que seguimos en total sintonía. Me alegro de saber que hay alguien con quien mantener una especie de diálogo interior, encontrar una segunda voz dentro de mi que me entiende. Aunque, te confieso, tu última entrada me ha vuelto a preocupar. ¿Follamigos? Nunca encontré un término más poco adecuado ni un concepto tan horrible. ¿Amigos? ¿Amantes? ¿Amigos que follan entre ellos? Que complicado!! Yo, personalmente, no podría poner en práctica ese concepto. Es preferible, como ya te comenté en otro post, tener experiencias sin complicarlas con ningún tipo de sentimiento y descubrir si se es capaz de dejarse arrastrar por algo primario, básico, instintivo, como es el sexo. Además, y como alguna vez escuché, si dejamos abierta la puerta de la cocina puede ser que se nos acaben instalando en casa, y eso, querida amiga, partimos de que no queremos volver a padecerlo, ¿verdad? A ti todavía te queda deshacerte del último inquilino que tienes en la posada de tu vida.
Aunque eso es algo que no dejo de preguntarme y supongo que tu harás igual. ¿Serías capaz de hacerle el check-out? Las últimas frases de tu entrada me hacen dudarlo. No quisiera invadir de forma tan burda tu intimidad, vuestra intimidad (o sí, ya puestos), pero ¿podrías? Y ya puestos a invadir, ¿qué necesitarías?
Me vuelvo a la cocina. Unos filetes me esperan para ser preparados al oporto.
Quedo ansioso, como siempre, a la espera de continuar sabiendo más de tus avances.

Gaby Draper dijo...

Es cierto, tanto mezclar emociones no es más que seguir abriendo puertas a futuros desastres. Aún así, y pese a todo, prefiero los posibles errores -con algo de buen sexo esporádico- que evitar las equivocaciones y seguir aburriéndome o, cuando menos, no divirtiéndome.
Del check-out -¿no hay otra manera más sencilla?-, hablamos otro día. O en otro post. Hay temas que todavía me cuesta un poco verbalizar. A fin de cuentas, sigo siendo una novata en el desnudo literario y, en cierto modo, este blog no ha hecho más que arrancar...
Espero que me invites a una de esas cenas. Salvo que temas que yo acabe, también, instalándome -con mis neuras e inseguridades- en tu cocina.
Besos...